Termina la etapa y Roglič, el líder de la carrera que le ha prestado su maillot rojo al noruego Odd Christian Eiking por aquello de no hacer trabajar más de la cuenta a sus lugartenientes, el que ayer casi se deja La Vuelta intentando sentenciarla un poco más, le mete tres segunditos más a Enric Mas. El esloveno sonríe. Tres segundos no es mucho, pero menos da una piedra.
Termina la etapa, allá arriba, en Valdepeñas de Jaén, y muchos empiezan a afilar el teclado de ese campo de batalla absurdo y cainita, fiel reflejo de lo que somos, que son las redes sociales. Lo habían visto y habían sacado conclusiones. Las miraditas. El paroncito. El jugueteo que Roglič y Mas, Mas y Roglič, se habían traído en la durísima subida final.
El inconscientemente cruel movimiento de los dos hombres más en forma de La Vuelta que, sin pretenderlo, daban algo de esperanza, nada apenas, a un Magnus Cort que soñaba con encontrar el golpe de pedal de Cullera. Le tenían, estaba cazado; pero no. Ya saben. Paroncito, miradita, jugueteo. Y el danés, que entró en meta haciendo eses a casi un minuto del rojo transparente de Roglič, se preguntaba por qué tanta crueldad. Cogedme y acabad con mi sufrimiento, por favor.

Jugar al ciclismo
Cruza la meta Roglič y sonríe. Tres segundos después lo hace Enric Mas, y también sonríe. Y muestra su dentadura, blanco nuclear. Ambicioso, agresivo, se había metido en la curva crucial de la subida limando la valla. Exponiéndose al paloselfie, al brazo demasiado extendido, al aplauso excesivamente cercano, al allez opi omi del tonto de turno.
Pero no, sonríe Enric Mas porque allí, limando entre la valla y el codo izquierdo de Roglič, le metió salsa a La Vuelta. Está cayendo, cada día un poquito más, pero no lo suficiente como para dar por perdida una competición a la que le queda por llegar lo más duro. Son sólo 35 segundo que en Cantabria, Asturias y Galicia son lo que son. Un suspiro.
Sonríe Enric Mas porque en la subida imposible del muro de Valdepeñas de Jaén se vio fuerte. Por unas décimas de segudo, incluso, parecía que soltaba a Roglič, que se puso a su lado. Que le miraba y se dejaba mirar. Como esos animales que miden sus fuerzas antes de la batalla por la hembra, el territorio o el alimento. Y parece, incluso, que se dicen algo. Un chiste, quizás, porque los dos sonríen. Qué bonito es el ciclismo cuando lo hacemos bonito, Primoz. Llevo tiempo diciéndotelo Enric, ¿no es esto lo que amabas cuando esto era un juego y no un deporte profesional? Sigamos jugando al ciclismo.
La sonrisa de Enric Mas
Y cruzan los dos la meta. Sonrientes. Cada cual por lo suyo. Y a los tiburones del teclado les brilla el colmillo. Y Enric Mas se acerca a Primoz Roglič. Y se pone a su altura. Y le vuelve a mirar, casi sin aliento. ¡Ya hay lío! ¡Esta es la nuestra!, piensan muchos desde el sofá. A ver qué se dicen. A ver la que lían.
Abrazo y sonrisas. Reconocimiento y absoluto respeto mutuo. Hoy ha ganado uno, el de casi siempre. Mañana, la moneda puede caer del otro lado, por qué no. Porque si algo, más allá de las piernas, le está funcionando a Enric Mas en esta edición de La Vuelta es la cabeza.
Sonríe Enric Mas. En la meta, en la salida, en la etapa y, quizás, hasta durmiendo. Sonríe por fuera y por dentro. Y uno no puede dejar de pensar que, por un motivo u otro que no viene a cuento tratar de desentrañar sin que el propio protagonista arroje luz sobre el asunto, Enric Mas es, de nuevo, feliz sobre la bici. Que ha recuperado la, al menos en apariencia, perdida alegría que nos dejó un corredor taciturno y enfurruñado en los últimos meses.

Alegría y gozo
La vida del ciclista profesional es, comparada con el estándar de la mayoría de los mortales, una existencia de privaciones, sacrificios, dolor y, muy de vez en cuando, alegrías inmensas. Casi siempre se pierde, pero cuando se gana… ¡ay cuando se gana! Y de eso y para eso viven. Para ganar. En primera persona o por jefe de filas interpuesto, que no todos pueden estar allí delante, jugando al ciclismo, pero ayudan mucho.
La clave de La Vuelta, más allá de las piernas de cada cual, del consabido la carretera pondrá a cada uno en su sitio, está en esa sonrisa de Enric Mas. En su alegría. En haber recuperado, al fin, a un ciclista que con sólo 26 años no se merecía esa tristeza que, al menos en apariencia, se había apoderado de su peregrinar en el pelotón.
Era algo así como un viejoven y era urgente que saliera, que alguien le ayudara a hacerlo –de nuevo, la tan de moda salud mental del deportista–, de ese bucle negativo en el que estaba instalado. Y que sonriera como el joven ciclista que es. Que disfrutara del sufrimiento. Que se empachara de privaciones. Que gozara del dolor. Que sonriera con la derrota. Y que creyera, como parece que cree, que ganar es posible. Porque si hay alegría y gozo en jugar al ciclismo y no ganar… ¡ay si se gana!
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